¿Bebes solo o acompañado? ¿Eres de los que acaba el día en casa con una copa de vino o una jarra de cerveza? ¿O de los que se la toma con amigos porque ya es todo un ritual? ¿Realmente bebes alcohol porque te gusta saborear esa bebida o porque el entorno social lo requiere?

En nuestra cultura, el alcohol se ha arraigado con una presencia constante en celebraciones, reuniones sociales y momentos de relajación. Desde pequeños hemos compartido mesa con adultos que bebían vino en las comidas, añadían algún licor “digestivo” cuando era un evento social, y ya la cosa se venía arriba cuando era una celebración. Percibimos un ambiente más distendido, los adultos se reían, bailaban y cuando queríamos curiosear lo que estaban tomando, siempre había alguien que te decía, “eso es solo para mayores, ya crecerás”. Así, anhelábamos que pasaran los años con velocidad, para ser mayores y probar todas aquellas bebidas cuando cumpliéramos 18 años.
Además del modelo familiar, tenemos muchas asociaciones con el alcohol: un brindis - cava, partido de fútbol en la tele- cerveza, si llegas cansado a casa del trabajo - vino, reunión de negocios - whisky, salida nocturna - cubata, etc. Eso no quiere decir que todos hagamos o veamos hacer eso en casa, pero estoy segura que estas asociaciones te suenan ¿verdad? Las hemos visto infinidad de veces en la pantalla, en películas, series… y al final normalizamos esa conducta de consumo.
Te propongo un reto: pon atención a las películas o series que veas a partir de ahora ¿Beben alcohol? ¿En qué momento? Es un juego, para que observes la cantidad de inputs que recibimos y nos pasan desapercibidos.
Por otro lado, no hay que olvidar que el alcohol es la sustancia psicoactiva más consumida y aunque es legal, también puede tener consecuencias negativas para nuestra salud física y mental. Para tomar consciencia de la repercusión que tiene en nuestro organismo debemos dejar de hablar de “alcohol y drogas”, y empezar a hablar de “drogas en general, entre las cuales se encuentra el alcohol”. Tiene la capacidad de afectar el funcionamiento del cerebro, induciendo cambios en el estado de ánimo, la percepción, los pensamientos, los sentimientos o el comportamiento de una persona.
Todos hemos visto también la parte menos jubilosa del alcohol, cuando un exceso de consumo genera malestar por la intoxicación etílica, incluso el coma, o cuando ese exceso de euforia puede incitar peleas u otras situaciones de riesgo. Y aun así ¿Por qué lo seguimos consumiendo en tanta cantidad?
Para tomar consciencia de la repercusión que tiene en nuestro organismo debemos dejar de hablar de “alcohol y drogas”, y empezar a hablar de “drogas en general, entre las cuales se encuentra el alcohol”.
El alcohol y el sistema de recompensa cerebral
Uno de los sistemas más fascinantes que regula nuestras experiencias placenteras es el sistema de recompensa cerebral.
Este sistema es como el director de una película que nos hace sentir bien cuando hacemos algo que disfrutamos, ya sea saborear una deliciosa comida, abrazar a un ser querido o, en algunos casos, tomar una copa de alcohol. El alcohol, al igual que otras sustancias, tiene la capacidad de influir en este sistema, especialmente a través de la dopamina, un neurotransmisor clave en el juego de la recompensa cerebral.
Cuando consumimos alcohol, las neuronas dopaminérgicas se activan, liberando dopamina y creando esa sensación de placer. Este proceso es lo que nos hace disfrutar de una copa de vino o una cerveza al final de un día agotador. Sin embargo, aquí es donde las cosas pueden complicarse.
El problema surge cuando el consumo de alcohol se vuelve excesivo y repetitivo. El sistema de recompensa puede volverse menos sensible a la dopamina, lo que significa que necesitamos más alcohol para obtener la misma sensación de placer. Este ciclo puede contribuir al desarrollo de la tolerancia y, eventualmente, a la dependencia del alcohol.
Además, el alcohol no solo interactúa con el sistema de recompensa; también influye en la memoria y el aprendizaje. Nuestro cerebro recuerda las experiencias placenteras asociadas al alcohol y puede fomentar la repetición de ese comportamiento, a pesar de los posibles efectos negativos para nuestra salud.
Es crucial entender que, aunque el alcohol puede proporcionar un breve impulso de placer, su impacto en el sistema de recompensa puede tener consecuencias a largo plazo. El equilibrio es fundamental, y reconocer las señales de advertencia de un consumo excesivo es esencial para mantener una relación saludable con esta sustancia.
¿Has observado cómo te sienta el alcohol más allá de esa gratificación inmediata? ¿Tu digestión es más pesada? ¿Las heces son pastosas o de otro color? ¿Tienes dolor de cabeza o sensación de adormecimiento en la boca? Tu cuerpo está evidenciando que has introducido un tóxico en tu organismo. Más vale tomar consciencia y escuchar a nuestro cuerpo que escuchar a compañeros decir ¡Venga tómate una copa, que por una no pasa nada! Tú, y solo tú, eres quien debe decidir si consumir alcohol. El placer también se obtiene de la compañía, las conversaciones, las risas, las vivencias, los abrazos, la actividad física, la expresión artística… y no sólo de los psicoactivos.
Entonces ¿las bebidas alcohólicas son compatibles con la salud?
Todo es compatible, en su justa medida. Si me pides mi opinión, te diré que pueden ser compatibles de forma excepcional y con moderación.
Con este artículo no quiero decirte qué debes hacer. Tú y sólo tú sabes qué es lo que te conviene en cada momento, sólo te invito a que te pares a pensar si realmente te apetece saborear esa bebida alcohólica en ese momento, o lo haces como un automatismo marcado por nuestra cultura social.
En este Día Mundial de la Salud, establecido por la OMS (el 15 de noviembre) es crucial reflexionar sobre nuestra relación con el alcohol. ¿Es realmente necesario recurrir a él para experimentar momentos felices? ¿No hay placer en actividades más saludables?
Es hora de cuestionar la normalización del consumo de alcohol y buscar formas más saludables de encontrar placer y satisfacción en nuestra vida diaria.

P.D.: Y brindo por todas las personas que han descartado o minimizado el consumo de alcohol, a quienes quieren vivir sin tóxicos y anteponen su autocuidado a los convencionalismos sociales. A todas las que al decidir beber agua en un encuentro social deben soportar una retahíla de argumentos para beber otra cosa: “anda, bebe un poco de vino”, “que por un poco no pasa nada”, “un día es un día”, “hay que darle alegrías al cuerpo”... Qué bien sienta estar plenamente convencido de querer lo mejor para uno mismo y decir que NO a todas esas personas con una sonrisa en el rostro y sin aflicción. ¡Salud!